En memoria de un alma insaciable de conocimiento, un viajero incansable por los caminos del pensamiento y la palabra. Iván Viedma fue más que un filósofo, más que un filólogo; fue un amante apasionado del saber, un hombre que hizo del aprendizaje su bandera y de la alegría por descubrir, su forma de vivir.

Su mente brillaba como pocas. Desde joven, se sumergió con fervor en los más diversos campos del conocimiento: filosofía, matemáticas, psicología, literatura y lingüística. Pero no se detuvo ahí. Su amor por los idiomas lo llevó a dominar el inglés, el alemán y el griego, mientras exploraba el árabe, el mandarín, el japonés, el coreano, el hindi y el ruso. No se conformaba con traducir palabras; buscaba comprender el alma de cada lengua, cantar sus canciones, reír con sus chistes, y sentir en el corazón los versos de sus poetas.

Iván fue un ciudadano del mundo y un embajador del humanismo. Estudió Filosofía en la Universidad de Chile, pero su verdadera cátedra fue la vida misma. Inspiraba a quienes lo rodeaban con su sonrisa, su humildad y esa chispa de curiosidad que nunca se apagaba. Hacía del aprendizaje un acto de amor, y en cada conversación sembraba en los demás la semilla del asombro.

Su partida, temprana y dolorosa, dejó un vacío imposible de llenar. Pero su legado vive en cada libro abierto con pasión, en cada pregunta lanzada con esperanza, en cada idioma aprendido con alegría. Iván nos enseñó que el verdadero sentido del saber está en compartirlo, y que la felicidad se encuentra en la búsqueda constante de la verdad y la belleza.

Hoy lo recordamos no solo con tristeza, sino también con gratitud. Porque quienes tuvimos el privilegio de conocerlo sabemos que su luz sigue guiándonos, como una estrella firme en el cielo del conocimiento y el amor por la vida.

Gracias, Iván. Tu hambre de humanismo y tu alegría de aprender serán para siempre nuestro faro.